viernes, 25 de abril de 2008

El tipo de cosas en las que una se pone a pensar cuando no tiene ganas de estudiar












Hay miles, pero estas me parecen las más




inmensas/asfixiantes/pero aún así caletas/impactantes paradojas:






- No decir nada ya es decir algo: precisamente que nada hay por decir.


- Mientras más sabemos/entendemos, más notorio es lo poco que sabemos/entendemos.


- Los seres humanos poseemos, por naturaleza, una conciencia y, aún así, son muy pocos los que logran ser conscientes de que son conscientes.





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En conclusión...




No hay [conclusión absoluta] ni [regla válida alguna] que apliquen sobre todas las cosas/personas/acciones/situaciones en el Universo que concebimos...




...salvo esta misma.










sábado, 19 de abril de 2008

Yo no me frustro



He dormido unas cuatro horas antes de levantarme para el examen.


Llego con los ojos bien abiertos pero de igual manera un tanto cansada.


Me siento.


Siempre hay los que se acercan a preguntarme cuánto he estudiado, que si estoy entendiendo todo en la clase, mis expectativas con respecto a la nota... Como si una fuera pitonisa de su propio destino.


"Lo normal, sí, no sé", respondo, respectivamente. No he dormido bien y, por más de que igual sonrío, esa es mi manera amable de decir ¿qué te importa, huevonaso? ¿Qué obtienes al compararte conmigo: medirte e intentar ganarme? ¿O acaso me vas a venir a ayudar si es que te digo que estoy más perdida que huevo frito en ceviche?. Tan típico de la gente de esta universidad, tan típico...


Luego pierdo la vista en cualquier punto del aula para así ahuyentar un poco a esta clase de zumbidos que hastían y karmean (como dicen las chicas fashion de hoy) antes de rendir una prueba.


Entonces me concentro para tratar,

una vez más,

de deformar el espacio-tiempo desde mi propia conciencia,

y así poder saltearme esos minutos/décadas

que hacen falta vivir para poder comenzar,

aunque nunca me ligue

(a veces pienso que tal vez sería más probable que me resulte rezando).


Mejor la próxima salgo de mi casa más tarde para llegar al tiempo justo, y mientras estoy pensando en eso la señorita reparte las hojas de la calificada.


Leo rápidamente la totalidad de la prueba.


Sí, entiendo todo y sé cómo hacerlo, pero...


... asu...


¡Qué flojera!


Entonces flasheo de nuevo y el mundo se revela ante mí, porque me percato de la infinita gama de posibilidades que todos los seres humanos tenemos en todos los momentos; de lo sensible que es el curso de los acontecimientos al curso de los acontecimientos mismo; del efecto mariposa y lo acertado que este me resulta y de lo poco que se cuestiona el 99% de personas de esta misma aula, y este mismo piso, y este mismo pabellón, y esta misma universidad, y... Bueno, para qué seguir.


En una fracción de segundo, ya se me cruzó por la mente las tantas cosas que podría yo hacer con este pedazo de papel...


Como por ejemplo:

- Poner mi nombre, escribir "profe, hoy tengo flojera" e irme.
- Irme simplemente.
- Escribir el nombre del que está sentado a mi costado y resolver todo bien.
- Escribir el nombre del que está sentado a mi costado y resolver todo mal.
- Escribir el nombre del profesor y resolver todo bien.
- Escribir el nombre del profesor y resolver todo mal.
- Hacer un avioncito y lanzarlo hacia la señorita.
- Argumentar claramente los motivos por los cuales me parece que, si igual me voy a morir, puedo tranquilamente prescindir de este curso.
- Argumentar claramente por qué deberíamos legalizar el aborto y la cocaína en el Perú.
- Repetir mi ensayo final de Filosofía de cuando llevé ese curso hace un año.
- Responder a las preguntas escribiendo los números con letras.
- No hallar los resultados numéricos exactos, pero sí detallar una explicación de cómo resolver cada ejercicio y la lógica empleada.
- Rellenar todo, pero escrito en hebreo.
- Rellenar todo simplemente.


Nunca sé bien qué hacer.
Y esto es lo que más me cuesta en las pruebas. Normalmente le dedico unos dos minutos a determinarlo/me. Pero en realidad nunca se sabe.


Conmigo nunca se sabe, ni yo.




miércoles, 16 de abril de 2008

Amor platónico










[ATENCIÓN: Este es un post sumamente cursi que ni siquiera vale la pena leer.]

[Guerra avisada, no mata gente.]


...


Estoy enamorada de mi profesor.


Es tan feo... Y tan genio.


Lo conozco desde hace un tiempo. Me enseñó el curso I y ahora me enseña el II.


Yo me siento siempre en la primera fila y al medio. No por estudiosa, sino porque literalmente no veo de lejos y, si me pongo atrás, no alcanzo a copiar de la pizarra. Y sentarse en la primera fila es prestar, inevitablemente, más atención. Y prestar atención es, a la larga, intervenir muchísimo más...


Así nos conocimos.



Cuando el horario era en la mañanita...


Todos los de atrás de la clase dormían y los de las primeras filas prendían el piloto automático y copiaban mecánicamente. Muchas veces yo andaba en las mismas, pero muchas otras también, sí prestaba atención. Y participaba y respondía a tus preguntas y tú te emocionabas porque en la mayoría acertaba. Lentamente me iba dando cuenta de lo brillante que eres; lentamente te ibas dando cuenta de que yo nunca hablo por hablar.


Siempre hacías bromas en las clases. Y es cierto, sí, que cuando me concentro pongo cara chistosa: algo cercano a fruncir el ceño y mirar fijamente. Entonces tú formulabas una de tus preguntas interesantes para que nosotros, alumnos, reflexionemos (sí, aunque este curso sea economía pura de cabo a rabo e implique sus respectivas matemáticas dificilísimas). Y en mi proceso reflectivo tratabas de imitar mi cara seria/concentrada/embarazosa, mirándome, y yo me ponía muy roja las primeras veces, porque luego me acostumbré.


Ya te sabías mi nombre y siempre que conversabas, antes de empezar la clase, con los que llegábamos temprano, me preguntabas que cómo estaba y demás.


Hasta ese punto no me había dado cuenta de lo mucho que te admiraba. Hasta casi jalo el curso I.


Pero luego todo cambió.


Ahora que el horario es de nochecita...


Llegué toda feliz y campante a la primera clase del curso II, pensando en:

- Que ya me conocías.
- Que todas mis amigas decían que me adorabas.
- Que siempre me habías tomado en cuenta en la clase.
- Que te sabías mi nombre.


Llegué feliz a la primera fila. Mínimo esperaba un: "Hola, K".


Pero nada dijiste y así me partiste el corazón.


Pensé momentáneamente que tal vez estabas con la cabeza en otro lado, que era cuestión de empezar la clase... Pero el tiempo pasaba y no había progreso alguno.


No me mencionaste por sesiones enteras, evitabas ver el lugar donde yo estaba sentada, ignorabas mis respuestas a tus preguntas y ya no me mirabas a los ojos para explicar la teoría. Con las justas dijiste "K" sutilmente al final de la hora cuando pasaste lista, y hasta te volviste a reconocerme a lo lejos en una fracción de segundo para confirmar mi asistencia (como si en todo ese tiempo no te hubieses percatado de que yo estaba ahí, sentada en la primera fila).


Así que yo, golpeada, dejé de mirarte atentamente, de sonreirte en tus chistes hacia los demás, de responder a tus preguntas reflexivas. Me las di de altanera un par de clases y parece que así te diste cuenta...


Porque hace unos días, llegaba yo volando de mi otro curso, algo agitada por la carga académica de mis lunes, y tú estabas parado en la puerta charlando con mis demás amigos/as. Y yo pasé al lado y apurada para agarrar el típico asiento, pero aún así te vi y vi que tu me viste y me seguiste con los ojos y cuando estuve más cerca -pero igual lejos de ti-, modulaste un casi insonoro: "Hola, K".


Ese "Hola, K" que venía yo esperando desde el primer día.

Atiné a simplemente sonreirte y seguir de largo, igual de altanera e igual de orgullosa. Porque que a mí me paguen con indiferencia, lo considero un ultraje al arma letal que me caracteriza y eso, tan sencillamente, no lo perdono.


Pero luego de eso volviste a hacerme el habla; a considerarme, a mirarme fijamente; a imitar mi cara de concentración; a aprovechar los minutos antes de empezar para sentarte exactamente frente a mí sobre la carpeta del profesor y balancear las piernas mientras me dices que me notas preocupada, o atareada, o asustada; a advertirme al inicio: "Hace tiempo que no te molesto, K. Vamos a molestarte hoy"; a escuchar mis respuestas y a señalarme con tu tiza cuando atino y a repetirlo con tu voz alta y dulce para que todos escuchen: "Como dice K, bla bla bla...". A hacerme babear, aunque me dobles la edad.


Este crush sí que es severo.


Los profes siempre me enamoran, pero nunca tanto.







miércoles, 2 de abril de 2008