martes, 26 de junio de 2007

El hielo del Titanic

Qué frialdad. Y no es sólo por esa neblina espesa que se ha subido al tren del viento desde hace ya varios días, sino por todo. Desde el vidrio helado que me roza la mano al abrir la cortina, hasta el ocio que me inspira ahora. ¿Será que estoy congelada por dentro?

Pienso en los momentos y en sus espacios. ¿De quién soy en este instante? Dudo que sólo del monitor y de mi silla y del teclado. Para mí que soy de todo y de todos: de aquel rincón en el que me detuve ayer a maquinar alguna cosa y de ese donde planeo estar ensimismada en unas cuantas horas; del incómodo asiento de la sala de espera de mi doctor y de la mesita con escritorio incluido donde rendí mi primer examen universitario; de la ruta rápida para llegar al mercado los sábados y de la habitación de mi hermana cuando reina el buen humor; del tiempo en su totalidad y del espacio en su totalidad... Siempre y cuando estos dos existan como para poseer una.

También allá, inclinada sobre la vastedad del agua salada. Prófuga de la injusticia de la responsabilidad e inaccesible y oculta incluso para mí misma. Entre una columna de esas nuevas y la baranda que salva del abismo, con un par de audífonos gritándome a Beethoven en los oídos y llorando a mares justamente por ellos, por los mares. Es que es tan inmenso… ¿Cómo no colaborar rebalsándolo un poquito más con el derrame de mi propio ser? Y bueno, sí, también fue por el frío que, a pesar de ser de esos que no se tocan ni se ven, ha venido para quedarse. ¿Serás tú la nueva pira remitente de las señales de humo que diviso a lo lejos? Está por verse, me gustaría ver la leña arder.

De cualquier manera, no fue, ni es, ni será molestia, sino todo lo contrario. Yo nunca había descubierto al viento en su juego. Bailó conmigo y con mi pelo, al compás de la pieza. Fue allí dónde y cuándo aprendí la lección, que no es que el viento sea altanero y desinteresado, sino demasiado tímido: apenas te das cuenta de que está llevando el ritmo y ya ha parado de jugar contigo. Es toda una ciencia entender cómo hacer para volverlo parte de ti. Juntos la pasamos bien.

¿Qué hay de malo en disfrutar de mi soledad? La compañía ha dejado de ser compañía desde el inicio del tiempo. No es más que una vil impostora. ¿Acaso no es evidente que sólo estamos solos cuando “estamos”? Luego de eso nos volvemos parte del todo. En realidad, somos más juntos de lo que es posible apreciar con los ojos y los demás sentidos. Así que preferiría no ser juzgada y, mucho mejor, reconocida como una partidaria más de lo no evidente…

lunes, 25 de junio de 2007

A ver qué sucede.


Si hay algo que me parezca realmente difícil en este mundo eso debe ser o parir o crear un blog y definir qué ($*/%&) escribir en él. ¿”About”? ¿”About” qué?


¿Para qué te quiero, “Batahola: Una paradoja llena de silencio”? Me parece que es esto mismo, sí. Mi deseo es gritarle al mundo lo que llevo por dentro y que éste no sepa reconocer mi voz. Bulla y parquedad: soltar un ruido grande y con sentido sin siquiera abrir la boca.


¡Qué rico! Ser incógnita, invisible y sola. Es como pasar corriendo -y hasta saltando- por Alberto del Campo sin que los obreros de la construcción me griten piropos vulgares; como recitarle al cobrador del micro la sinopsis de esa película protagonizada por él mismo que se me acaba de ocurrir durante el camino y no ser bajada a la volada del bus; como decirle (en plena clase) a mi profesor de Filosofía que sí, que yo no soy como la demás gente de esta universidad que tanto critica y que daría todo por largarme en ese mismo instante a estudiar lo que, a duras penas, nos trata de enseñar en la clase; como introducir sutilmente en los pensamientos de esa chica que lleva falda roja aterciopelada y botines toscos-chabacanos-y-muy-negros, la idea de que esa es la peor combinación que pudo elegir EN SU VIDA y, sobre todo, como dejar de mentir tanto.


Y no es que llene el conducto auditivo de aquel que me rodea de palabrejas que denoten falsedades, pero sí omito varios pensamientos.


Y no es que diga mentiras, pero sí dejo de decir verdades.


Y no es que las verdades sean cruciales y le esté jodiendo la vida a los otros por no mencionarlas, pero sí me cuesta sacarlo todo.


¿Qué hacer? Soy una mujer que no siente roche por nada y, sin embargo, muy reservada también.


¿Seguro que todavía quieres leerme?