Qué frialdad. Y no es sólo por esa neblina espesa que se ha subido al tren del viento desde hace ya varios días, sino por todo. Desde el vidrio helado que me roza la mano al abrir la cortina, hasta el ocio que me inspira ahora. ¿Será que estoy congelada por dentro?
Pienso en los momentos y en sus espacios. ¿De quién soy en este instante? Dudo que sólo del monitor y de mi silla y del teclado. Para mí que soy de todo y de todos: de aquel rincón en el que me detuve ayer a maquinar alguna cosa y de ese donde planeo estar ensimismada en unas cuantas horas; del incómodo asiento de la sala de espera de mi doctor y de la mesita con escritorio incluido donde rendí mi primer examen universitario; de la ruta rápida para llegar al mercado los sábados y de la habitación de mi hermana cuando reina el buen humor; del tiempo en su totalidad y del espacio en su totalidad... Siempre y cuando estos dos existan como para poseer una.
También allá, inclinada sobre la vastedad del agua salada. Prófuga de la injusticia de la responsabilidad e inaccesible y oculta incluso para mí misma. Entre una columna de esas nuevas y la baranda que salva del abismo, con un par de audífonos gritándome a Beethoven en los oídos y llorando a mares justamente por ellos, por los mares. Es que es tan inmenso… ¿Cómo no colaborar rebalsándolo un poquito más con el derrame de mi propio ser? Y bueno, sí, también fue por el frío que, a pesar de ser de esos que no se tocan ni se ven, ha venido para quedarse. ¿Serás tú la nueva pira remitente de las señales de humo que diviso a lo lejos? Está por verse, me gustaría ver la leña arder.
De cualquier manera, no fue, ni es, ni será molestia, sino todo lo contrario. Yo nunca había descubierto al viento en su juego. Bailó conmigo y con mi pelo, al compás de la pieza. Fue allí dónde y cuándo aprendí la lección, que no es que el viento sea altanero y desinteresado, sino demasiado tímido: apenas te das cuenta de que está llevando el ritmo y ya ha parado de jugar contigo. Es toda una ciencia entender cómo hacer para volverlo parte de ti. Juntos la pasamos bien.
¿Qué hay de malo en disfrutar de mi soledad? La compañía ha dejado de ser compañía desde el inicio del tiempo. No es más que una vil impostora. ¿Acaso no es evidente que sólo estamos solos cuando “estamos”? Luego de eso nos volvemos parte del todo. En realidad, somos más juntos de lo que es posible apreciar con los ojos y los demás sentidos. Así que preferiría no ser juzgada y, mucho mejor, reconocida como una partidaria más de lo no evidente…
Pienso en los momentos y en sus espacios. ¿De quién soy en este instante? Dudo que sólo del monitor y de mi silla y del teclado. Para mí que soy de todo y de todos: de aquel rincón en el que me detuve ayer a maquinar alguna cosa y de ese donde planeo estar ensimismada en unas cuantas horas; del incómodo asiento de la sala de espera de mi doctor y de la mesita con escritorio incluido donde rendí mi primer examen universitario; de la ruta rápida para llegar al mercado los sábados y de la habitación de mi hermana cuando reina el buen humor; del tiempo en su totalidad y del espacio en su totalidad... Siempre y cuando estos dos existan como para poseer una.
También allá, inclinada sobre la vastedad del agua salada. Prófuga de la injusticia de la responsabilidad e inaccesible y oculta incluso para mí misma. Entre una columna de esas nuevas y la baranda que salva del abismo, con un par de audífonos gritándome a Beethoven en los oídos y llorando a mares justamente por ellos, por los mares. Es que es tan inmenso… ¿Cómo no colaborar rebalsándolo un poquito más con el derrame de mi propio ser? Y bueno, sí, también fue por el frío que, a pesar de ser de esos que no se tocan ni se ven, ha venido para quedarse. ¿Serás tú la nueva pira remitente de las señales de humo que diviso a lo lejos? Está por verse, me gustaría ver la leña arder.
De cualquier manera, no fue, ni es, ni será molestia, sino todo lo contrario. Yo nunca había descubierto al viento en su juego. Bailó conmigo y con mi pelo, al compás de la pieza. Fue allí dónde y cuándo aprendí la lección, que no es que el viento sea altanero y desinteresado, sino demasiado tímido: apenas te das cuenta de que está llevando el ritmo y ya ha parado de jugar contigo. Es toda una ciencia entender cómo hacer para volverlo parte de ti. Juntos la pasamos bien.
¿Qué hay de malo en disfrutar de mi soledad? La compañía ha dejado de ser compañía desde el inicio del tiempo. No es más que una vil impostora. ¿Acaso no es evidente que sólo estamos solos cuando “estamos”? Luego de eso nos volvemos parte del todo. En realidad, somos más juntos de lo que es posible apreciar con los ojos y los demás sentidos. Así que preferiría no ser juzgada y, mucho mejor, reconocida como una partidaria más de lo no evidente…