martes, 12 de febrero de 2008

Anécdota

No aconteció mientras caminaba por Salaverry (hasta ese punto nada interesante). Tampoco fue mientras tomaba café en el desayuno (que quede claro).


Para chancar un huevo duro, hay que ejercer cierta presión sobre la base del tenedor y esto siempre lo deforma un poco. Luego la sal y a revolverlos y nada que llene aquí.

El atardecer nunca ha sido tan bonito como ahora, cuando puedo verlo por mi ventana, desde mucho antes que comience y hasta mucho después de su culminación, pero tampoco esto.

Así fue siempre, durante más de diez y ocho años. Toda la armonía que uno pueda imaginarse: desde los momentos más triviales hasta los más importantes y nada, nunca me había ocurrido.
Y ahora viene lo interesante.
Sucedí una noche, sentada en la cocina de N, comiendo una granadilla.
En definitiva, fue el momento que marcó la diferencia. Como montada en la Vía Láctea, llegó a mí una sucesión de todos los hechos acontecidos hasta el momento; una cinta proyectada en las paredes blancas de mi habitación nueva. Me vi de frente y a la vez desde arriba y a la vez desde el costado y a la vez desde el otro costado y a la vez desde abajo y a la vez desde fuera y a la vez desde dentro. Me encuadré en la cinta y me encuadré en mi mente/cinta y el encuadre fue perfecto: en una mano la cucharita plateada, en la otra la granadilla con sus pepitas. Yo sentada en una silletita de esas negras. N a un lado. M al otro secando platos. La TV encendida. La jarra de limonada. El molde de pan blanco. La mesa de madera.


Se me rev/beló la vida.



Lo oscuro fue blanco /

el final del túnel apareció en la puerta que da al comedor /

las ideas ahí nomás, en la congeladora, listas para sacar y deshielar.


Luego hablé.


- N, mírame. - (Le pongo cara de dramaturga y ella ya sabe.)
- ¿Qué tienes? - (Pone la cara que responde a cuando yo pongo cara de dramaturga y sí que sabe. Me sabe bien, desde siempre.)
- Ya entendí todo y siempre todo estuvo aquí mismo. Sólo me faltaba comer esta granadilla.
- Estás loca, K.
- Es en serio.
- Sí. Por eso mismo.
FIN
y a comenzar la vida d.G.
("después de la Granadilla")



viernes, 8 de febrero de 2008

Esto es todo.

Hace mucho tiempo, el hombre oía extrañado el sonido de un golpeteo regular dentro de su pecho y no tenía ni idea de su origen. No podía identificarse con algo tan extraño y desconocido como era el cuerpo. El cuerpo era una jaula y dentro de ella había algo que miraba, escuchaba, temía, pensaba y se extrañaba; ese algo, ese resto que quedaba al sustraerle el cuerpo, eso era el alma.

Hoy, por supuesto, el cuerpo no es desconocido: sabemos que lo que golpea dentro del pecho es el corazón y que la nariz es la terminación de una manguera que sobresale del cuerpo para llevar el oxígeno a los pulmones. La cara no es más que una especie de tablero de instrumentos en el que desembocan todos los mecanismos del cuerpo: la digestión, la vista, la audición, la respiración, el pensamiento.

Desde que sabemos denominar todas sus partes, el cuerpo desasosiega menos al hombre. Ahora también sabemos que el alma no es más que la actividad de la materia gris del cerebro. La dualidad entre el cuerpo y el alma ha quedado velada por los términos científicos y podemos reírnos alegremente de ella como de un prejuicio pasado de moda.

Pero basta que el hombre se enamore como un loco y tenga que oír al mismo tiempo el sonido de sus tripas. La unidad del cuerpo y el alma, esa ilusión lírica de la era científica, se disipa repentinamente.


"La insoportable levedad del ser", Milan Kundera.

viernes, 1 de febrero de 2008

Que no nos quemen vivos, por favor

El miedo de saber nos condena a la ignorancia;
el miedo de hacer nos reduce a la impotencia.

Eduardo Galeano