jueves, 11 de octubre de 2007

Cuando no soy Cilbanevesan


En mi baño.


Las mejores ideas siempre se me ocurren en el baño. Ahí, de pie, desnuda, frente al espejo y con el agua de la ducha corriendo y llenando de vapor todo el ambiente, siento que podría crearle una historia a cualquier elemento en mi alrededor. Conjugo frases asombrosamente incoherentes e invierto el orden de las letras dentro de las palabras y el de las palabras dentro de las oraciones. El ambiente alumbra una nueva lógica; un idioma "lengua muerta" style que sólo sabe deslizarse sobre el mármol y las mayólicas y que, estaría de más agregar -pero por si las dudas lo hago-, desordena a las oraciones dentro los textos mentales también.


Ñabo ne im.


Luego no resulta difícil hacer cuentos épicos de la majestuosidad del enchufe múltiple que cuelga de la pared; epopeyas sobre los colores que despiden los reflejos de mis velas y jabones con olor a flores; cantares de gesta acerca de mis ganchitos y peines y maquillajes, y también poemas que traten del litoral de mi imagen en el espejo -esa reina absoluta del condado de pomos de cremas para el pelo que tan bien saben hacer lo suyo (nunca fallan y esto NO se trata de un cherry a Pantene)-.


Y ni hablar de apagar la luz y prender la estufita que cuelga en lo alto: todo se llena de una atmósfera tan roja que yo misma me convierto en parte de un cuento de hadas, me vuelvo más morena que de costumbre y el vestido amarillo de Blancanieves se queda afuera jugándose un Poker con los siete enanitos, como quien mata el tiempo y de paso las ganas que siempre han tenido de bajarse la puerta mágica y hacer del cuento infantil uno para adultos. De cualquier manera son buenos, los pecaditos capitales; solamente se les escucha desde dentro y hablando bajito, sin exaltaciones. Apuestan baladíes: un quién se atreve a entrar en la mansión embrujada de la bruja mala, el espejito mentirosón que me piropeaba hace un tiempo o la urna en la que me meterían si es que una fuese tan tonta como para comerse la manzana habiendo ya leído el cuento, miles de veces.
Mi propio burdelito.

¿Será cosa mía o todo se ve más bonito en mi baño? Los rayos de luz o de sombra filtrándose por la ventana del techo, mis rulos alborotados de sol, los cuchicheos de los que me esperan y hasta esa sensación que aparece cuando empiezo a terminar... Se va desvaneciendo el atardecer del azul y nos empezamos a podrir entre cables, espejos y plásticos; los árboles con hojas caminantes ya se convirtieron en madera y usan aretes oxidados; el tuétano de las esponjas no es más las rayitas de energía que vemos en el espacio cuando miramos mucho rato el sol y nuevamente llevo las uñas pintadas de rojo y no de bahía y el alma enjaulada dentro de mi carne. Otra vez me pellizco y siento el abril o el octubre o el diciembre y el frío o el calor o la incertidumbre de estar parada, con pies descalzos.

Y ya ni puedo seguir conjugando así.
Ya está dejando de ser mi baño.

Todos sabemos que el aire que no es viento y la emoción que embellece se esfuman tan pronto haya cruzado el umbral de la mágica puerta que me lleva al pasillo. Afuera todo se vuelve feo y opaco, incluyéndome. Los enanos desaparecen, algún choro se peló el trajecito y, lo peor del asunto, todos dicen que nunca estuvieron.

Menos mal que esto es mental y no físico, así siempre puedo volver y ser feliz...


En mi baño (aunque ya me mude).

P.D. Si las letras del título son revueltas y reacomodadas, es posible encontrarle traducción al encabezado de este post sin necesidad de visitar mi baño.